Treinta días sin un
jefe y un amigo. Treinta días para meditar este tiempo sin forma y sin
medidas. En tan pocos días tantos, acontecimientos
penosos. Nuevas detenciones, ruptura de cadenas de mandos por cuestiones de
dignidad y de salarios...y el mayor dolor, la instancia límbica y
desconcertante en que se encuentra nuestra fragata Libertad y que duele como
una puñalada artera sobre la patria.
Sin embargo, en la
jornada en que lo despedimos, presentí en el anonimato en que se fue, su
postrer servicio a la patria. Murió como el general Belgrano, olvidado por las
autoridades que en aquel momento se disputaban el poder entre tres
gobernadores, como hoy se disputan otros indignos lo que puedan despojarle a la
nación.
Murió como el
general Santiago de Liniers, traicionado por quienes debían honrarlo. Como
aquellos, se nos fue como nuevo paradigma de los sufrimientos del hombre justo
que se repiten desde la Cruz del Gólgota. Sufrimientos que pueden ser simientes
de buenos augurios, de una nueva era esperanzada en el renacer de la patria.
Y tal vez debe ser
así el camino exigido. En una época en que la mentira es el relato impuesto, en
que el bien es denostado y el mal es ensalzado y el noble color de la bandera
es tapado por nubes de tormentas.
No sería la primera
vez en nuestra historia, pero si nos descuidamos, para mal de todos, puede ser
la última.
La Argentina ha
levantado su cabeza cada vez que sus hijos se lo han propuesto. Quiero pensar
que esa voluntad está dispuesta y alerta.
Como bendita tierra
del Plata, tal vez lleve en su nombre el sino propuesto a su destino. Quiera
ser que la Divina Providencia, generosamente marcó su destino en su génesis
colonial, cuando nos desarrollábamos junto al imperio Español civilizador, que
crecía junto a nosotros marcando puntos en todo el planeta, en pasos
fuertemente simbólicos por su sacrificio. Ese destino cristiano, lo vemos en la
peregrinación desde Santiago del Estero a Buenos Aires de sor María de la Paz y
Figueroa portando una cruz, que puso en los pies de esta venerada religiosa,
las bendiciones de un nacer espiritual argentino. Tiempo después, con la
ruptura del imperio cristiano al que pertenecíamos, el martirio de Liniers lavó
preventivamente la afrenta inglesa que trajo su flota en 1810 para forzar la
ruptura que no había podido lograr en 1806 y 1807. Y tal vez fue el olvido,
cuyo dolor vivió con dignidad en la intimidad de su hogar y su familia, el
último pedido, la última orden que Nuestro Señor le dio como a un soldado y
caballero cristiano que era, para darnos a los demás, una nueva oportunidad,
una nueva esperanza para seguir siendo argentinos. Quien mejor que el almirante
Carlos Büsser para cumplir tamaña orden, el único que venció con las armas en
nuestra tierra y en este siglo, a los enemigos de la hispanidad, de Roma y
Grecia y por consecuencia, también de la argentinidad.
No sabemos si
alguna vez imaginó semejante destino de gloria cuando comenzó su carrera naval,
cuando soñaría con guardar la extensión del patrio mar; pero la victoria la
concretó con pasión y espíritu de servicio. Con su estilo calmo... y firme,
como lo hemos conocido. Su pericia y conducta fue admirada por enemigos en la
batalla y por militares profesionales del Primer Mundo. Dirigió a nuestros
infantes como un gran comandante, como lo hicieron Farnesio o el Duque de Alba
al comandar a los Tercios que unieron a Europa.
Nos legó un modelo
de conducta a seguir y un ideario patriótico. Y dejó un modelo de familia,
hijos y nietos de buena madera. ¿Qué mejor legado señor, nos pudo usted dejar
en la tierra? Un legado que obliga a quienes quedamos. Un testimonio que
agradecidos, debemos continuar. Por eso, almirante, repitiendo con honor
argentino aquella frase del Himno de los Tercios Españoles decimos a todos, a
quienes deban escuchar: "Después de muertos,
capitularemos" .