Una pregunta sobre la enseña nacional que me estoy haciendo en
estos días de tantas conmemoraciones en medio de eternas frustraciones
argentinas, con prudencia y respeto por todo lo que hemos sangrado en Malvinas
en 1982 y en la Operación Independencia en Tucumán bajo el manto de nuestros
colores, pero que no puedo evitarla si quiero entender lo que nos ha pasado en
estos doscientos años de calamidades sin destino. Los símbolos son importantes
para determinar territorios, estados y culturas. Por eso les pregunto como una
inquietud personal, mis estimados lectores, ¿no creen que los ingleses
celebraron en sus ánimos internos la nueva bandera de Manuel Belgrano en 1812?,
dado que la anterior, la borgoñona de los Austrias que nos gobernaron en
América, que todavía hoy portan el Regimiento 1 "Patricios", el estado de Chuquisaca en Bolivia, el
puerto de Valdivia y el archipiélago de Chiloé en Chile y los estados de
Alabama y Florida en los Estados Unidos, los había derrotado cientos y cientos
de veces en las Indias y en Europa durante los dos siglos anteriores. La
borgoñona, más conocida como Aspas de Borgoña, había resultado invencible;
nuestros enemigos no pudieron contra ella. Y era una bandera muy querida por
nuestros pueblos. Posiblemente el sentido de sus victorias esté en el
significado de la cruz de San Andrés que la adorna. Este apóstol murió
crucificado en Patras, antigua Grecia, sobre una cruz con forma de equis y allí
estuvo padeciendo durante tres días, los cuales aprovechó para predicar e
instruir en la religión a todos los que se le acercaban. Mientras agonizaba, no
cesaba de transmitir el Evangelio. Allí radicó la victoria del santo que
perdura hasta hoy, pues Grecia se mantuvo cristiana.
Me planteo que los ingleses tal vez la festejaron, porque a partir de ella hubo una bandera rival contra España en América, levantada por españoles americanos que luchaban contra otros españoles americanos. Ambos creían en lo mismo, que peleaban por su rey. Una creencia que impulsó una guerra civil donde a aquellos, a los británicos les salió todo redondo; se lograron los propósitos ingleses. Dividirnos en múltiples estados, aunque compartiésemos tierra, rey, moneda, administración, fondos situados, comercio interno y asiático, rutas navegables, caminos, defensa, leyes, universidades, lengua y religión para, al dividirnos, poder manejarnos mejor al perder todos esos elementos de unión. A partir de nuestra bandera, salió la misma idea de crear banderas en toda América y ese símbolo disparó la balcanización, pues ni siquiera fue una enseña para toda Hispanoamérica, solo para el Río de la Plata. Entonces cada territorio que pretendía convertirse en un nuevo estado hizo la suya, la mayoría sin gran valor vexilológico. Incluso, las centroamericanas, son copias de la argentina. Nuestra bandera es hermosa y simboliza por lo que luchamos en 1982 y en la Conquista del Desierto y unificó a criollos con inmigrantes, lo que digo y me pregunto, es sobre un momento político al comienzo de nuestra historia. Las cartas luego quedaron echadas.
Recuerdo que
el rey Jorge III de Inglaterra le regaló un reloj al general Manuel Belgrano,
aquel con el que le pagó los cuidados de su salud en sus últimos momentos de
vida a su médico personal, el dr. Redhead, un escocés que operaba como agente
británico en el norte argentino. Junto a San Martín también actuaba otro médico
inglés como espía a favor de Gran Bretaña, el famoso dr. James Paroissien. La bandera, e incluso el proyecto de monarquía
incaica favorecían a Inglaterra, aunque Belgrano en su inocencia política no lo
supiese. Nuestros próceres estaban cercados por agentes extranjeros y pecaron
por ignorancia política. No entendieron que se gestaba a sus espaldas. Bastaba
con que rompiésemos la unidad para que la banca de Londres viniese en
"auxilio" a sepultarnos y a dominarnos financieramente; como al fin
lo hicieron con el Tratado de comercio y navegación de 1825 que firmaron todos
los nuevos estados americanos con Inglaterra. Y esa situación de postración
financiera con un permanente endeudamiento, se mantiene hasta el día de hoy.
Manuel
Belgrano estuvo en Londres con Rivadavia en 1814, curiosamente dos años después
de crear la bandera argentina con los colores borbónicos, los colores de quien
el consideraba su rey, cuando fueron a Europa a buscar un príncipe europeo para
que reinara en América y como opción, a pedirle a Carlos IV°, lo que podemos
leer en las "Súplicas de Belgrano y Rivadavia como vasallos de S.M.C. el rey
Carlos IV°"; para que intercediera ante Fernando VII° y este nos
permitiera poder volver a la unidad con España. Belgrano veía que se había
abierto una caja de Pandora con todos sus males desparramándose en América, que
todavía sigue abierta hasta nuestros días y que mantiene al continente
empobrecido, con gobiernos que van de un extremo al otro, en un péndulo que
nunca presenta soluciones. Pero el rey emérito residente en Roma los sacó
carpiendo, pues es posible que Carlos IV° supiese que Bernardino Rivadavia
tenía instrucciones secretas del Directorio para conseguir un príncipe europeo
e independizar a las Indias. O tal vez por torpezas reales de Carlos IV° y de Fernando
VII°. O por las intrigas de algún cabildante palaciego malintencionado. No es
seguro. Quizás nos merecíamos nuestro destino. Probablemente no íbamos a poder
evadirnos de la decadencia de occidente que ya se vislumbraba en Europa desde
el 14 de julio de 1789. Es imposible escapar del abismo al abandonar la
tradición. Cosa que lamentablemente sucedía en ambas orillas de la monarquía
española.
Lo que es concreto, es que con el derribo del
imperio en América, se cayó el último katehón político, el último
obstáculo contra el Mal de este mundo. Y hoy parece no haber potencia cristiana
que pueda impedir el sombrío futuro que acecha a la humanidad. Hoy siento inquietud
y preocupación al ver flamear las banderas indigenistas que portan un sentido
secesionista para separar las Patagonias de Argentina y de Chile y convertirlas
en un nuevo estado dependiente de Londres. Sería la continuación inglesa de
balcanizarnos nuevamente y perder definitivamente nuestro sur, nuestras islas y
nuestra Antártida y Mar Argentino. Y no digamos que esas cosas no ocurren;
recordemos que la Unión Soviética, Yugoslavia y Sudán, al separarse, se
convirtieron en veintiseis estados nuevos; la destrucción de las naciones,
todavía ocurren. Primero se las carcomen por dentro, luego les cambian los
símbolos y después ya nada es como era antes.
¿Habrán sentido
nuestros pobladores americanos la misma inquietud a partir de 1812 al tener que
enarbolar banderas distintas a la de Borgoña que siempre habían portado con
orgullo y con honor? ¿Habrán visto que las nuevas nos separaban a unos de otros
en nuevos estados? Si aquellas banderas nos dividieron, ¿es alocado tener la
misma inquietud ante las ya numerosas banderas indigenistas?
Pero tengo una esperanza, nuestra bandera
azul y blanca ganó legitimidad al enfrentar al cíclope anglicano en 1982, ese
monstruo que solo tiene un ojo para verse a sí mismo, haciéndole sentir que
éramos bravos cachorros criollos y que todas las naciones de la hispanidad,
incluyendo a España donde se anotaron millares de voluntarios civiles y
militares para venir a pelear junto a nosotros, salieron en defensa nuestra
mostrando las fibras vivientes de nuestro pasado común como imperio y las
posibilidades de una fuerte unión para enfrentar todo poder extranjero en los
acontecimientos por venir en este espeso siglo XXI. Si tomamos conciencia de
nuestra civilización común y de nuestro lugar reservado en la historia,
podremos enfrentar airosos los conflictos de los próximos tiempos. Y en ese
momento y espacio, nuestras banderas americanas unidas y al amparo de las imperiales
Aspas de Borgoña, como señal histórica de unidad entre nuestros pueblos
hermanos, adquirirán todo su valor como definitivos símbolos de independencia.