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¡¡Cruz, espada y corazón!!

12 de octubre de 2015, Monumento a los españoles en los bosques de Palermo, ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Cuando en los albores de aquel lejano 12 de octubre, tres navíos abrieron el surco de una vocación universal, portaron el sentir de nuestra identidad a nuevos pueblos aislados del sentir metafísico de la existencia, alumbrándolos con un imponente rayo de sol que penetró sus almas, dándoles nueva esencia y completando el sentido de sus existencias.
Con Castilla y León comienza en el Nuevo Mundo el sentido del derecho a la justicia, de propiedad, de la educación, de territorio y de la conciencia de poder ser civilización. Con Isabel y Fernando se inicia la gesta más grande de la humanidad, solo subordinada al fiat mariano respondido a San Gabriel, con el que se anunciaba la salvación humana. Con los Reyes Católicos podemos decir que se continúa ese camino nacido en la casa de María, pues con su empresa, el Evangelio empieza a derramarse por el resto del orbe.

Y es a partir de entonces que se unen las Españas, aquende y allende la Mar Océano, se unen nuevas tierras aquí y luego en la península cuando se agregan Navarra y Portugal. Nacen sus lenguas con la gramática de Antonio de Nebrija que da forma al castellano y con la labor misionera que restaura lenguas aborígenes ágrafas, dándoles  escritura, forma y gramática, salvándolas de la desaparición y creando un mutuo enriquecimiento entre todas estas lenguas, tanto que podemos decir, como bien enseña la historiadora Mónica Nicoliello (Uruguay), son lenguas aborígenes españolas, que le otorgaron al castellano, el privilegio de ser la lengua común y convirtiéndolo en español al hacerlo universal.

Y con la lengua, España nos dio las manos, las convirtió en herramientas del saber y del conocimiento. Los nuevos pueblos pasaron del pensamiento mítico al religioso y de necesitar cuarenta jornadas para labrar una hectárea a un solo día para hacerlo. Y ambos mundos unieron saberes y construyeron una nueva manera de ver el mundo, por ellos unificado.  Y con ese impulso creador, civilizador y cristiano que compartieron españoles peninsulares, americanos y africanos, España nos devolvió al disfrute de la vida al legarnos, a tantos pueblos del mundo, la luz de Tierra Santa como sostén del pensamiento griego y del orden romano. Por eso, estos pueblos te están agradecidos, porque los has devuelto a la vida, porque le has llevado la luz del poder gozar en la esperanza. Y porque nos diste a todos, un mejor sentido de la vida, en su exégesis dramática y divina, que nos permite entender que la virtud es felicidad en este tránsito y que vana es la gloria del mundo.
Por Castilla fuimos gente, nos enseñaba el padre Castañeda, por los tiempos de la revolución de Mayo. Y cuando la abandonamos, bien caro lo pagamos.
¡Y que obligaciones encarna, el ser herederos de una raza de héroes y de estirpes de caballeros continuados en nuestros caudillos del siglo XIX que plantaron cara en Vuelta de Obligado y en un general del siglo XX que se plantó hasta que le aparecieron sus urquizas, esos personajes cuyos nombres deben escribirse en letras minúsculas! ¡Raza coronada en marinos, soldados y aviadores que en justa vindicta portaban fuego, desde cada trinchera y lanzando la muerte a ras del agua sobre el insolente en 1982, que osaba pisar la tierra de Malvinas y que parecía haber perdido la protección de San Jorge!

Hoy la patria está herida de muerte… pero la muerte no es el final. Puede que sea una etapa de dolor más, bien sabemos que no hay Domingo de Gloria sin viernes de pasión. Lo será como final si nos desapasionamos, y ese puede ser nuestro mayor castigo, que nos vayamos desdibujando penosamente en un triste deshonor. Pues queda claro que lo que se pierde por el orgullo de no haber querido ver el futuro, no se recupera con lágrimas, sino con hombría. Los pueblos que se pierden a sí mismos, es porque antes se extraviaron olvidándose de Dios. Por eso, pidamos como reza el Martín Fierro: “Gracias le doy a la Virgen, gracias  le doy al Señor, porque entre tanto rigor y habiendo perdido tanto, no perdí mi amor al canto, ni mi voz como cantor”.
A los que quieren el fin de las Españas, les respondemos “Santiago y cierran España y sus hijas de todo el orbe”. Pues existen los ángeles de las naciones y las patrias son creaciones de Dios. Y mientras el Creador quiera,  nuestra tierra plateada de brillante Argentina,  y todas sus hermanas, tendrán el sol sobre su frente y un escudo protector bajo el manto de la Virgen guadalupana. Pues son nuestras tierras, portadoras y sostén de valores eternos.  Fuimos paridos sobre tierras y cimiento de un nuevo renacer esperanzado.

Somos más de 500 millones de hispanohablantes.  No es un dato menor ni secundario. Una fuerza propia y vivificante que no pudieron borrar algunos actores de nuestra historia cuyos bustos de bronce, ya hace generaciones que lucen muy opacos.
¡Que no se acepte nunca más otro desmembramiento de la patria, por el contrario, vayamos en la búsqueda de nuestro tesoro interior, el que abreva en el espíritu de cada uno de nosotros, de cada alma compatriota y luchemos por la restauración de nuestras patrias en una sola!!  ¡¡ Con paso firme a pura Cruz, espada y corazón!!

Y para que no nos falle nuestra conciencia, todos juntos recordemos estos versos a los que le metimos mano, parafraseando al gran Lope de Vega, poeta y soldado:

“Por España y por sus hijas,
Por Argentina y sus hermanas,
Y el que quiera defenderlas, honrado muera;
Y el que traidor las abandone,
No tenga quien le perdone,
Ni en tierra santa cobijo,
Ni una cruz en sus despojos,
Ni la mano de un buen hijo,
Para cerrarle los ojos”

¡¡¡Compatriotas. Que nadie falte, que cuando redoblen las campanas, que suenen por el renacer de nuestra civilización, que su repique sea porque vuelven las banderas victoriosas, azules y blancas, acompañadas de todos los emblemas de pueblos hermanos y precedidos por las siempre amadas Aspas de Borgoña y el emblema de los Reyes Católicos!!!

Y cuando nos llamen a hacer guardia junto a los luceros, podamos mirar al capitán de las milicias celestiales, con la conciencia del deber cumplido y decirle a nuestro Creador, como aquel valiente de El Alcázar:  “sin novedad en el frente, Señor”.