Esta
teoría de curioso nombre, que suelen utilizar y nombrar los politólogos especialistas en relaciones internacionales, se convirtió en práctica habitual sobre nosotros, desde que nos dejamos llevar por los ingleses,
allá por 1810.
Ellos la aplicaron sobre nosotros y sobre toda la América española desde aquel entonces y van a seguir siempre con esa estrategia del salchichón de
primero pedir un trozo, luego el siguiente y ya que están por aquí con barcos y
cañones, el otro también; hasta acabar por pedirlo todo.
Mucho antes de 1810, habían intentado
cercenarnos con invasiones e intentonas de ellas desde el siglo 18 y antes posiblemente, también.
Veamos como lo fueron ejecutando a lo largo del tiempo. Para poder verlo, debemos comprender que una nación se mantiene por su civilización, que descansa en su religión y en su lengua y que estas son las bases para su construcción jurídica; sin estos valores, un estado es apenas un pedazo de tierra con gente arriba, pero carece de sentido de nación-estado, pues al negar sus raíces culturales que lo ligan a su obligación con la trascendencia histórica, ese estado renunció a ser una civilización. Sin civilización que lo sostenga, es un terreno baldío de espíritu. Y esto ocurrió muchas veces en culturas civilizatorias cuando abandonaron su tradición de autoridad en un jefe, para convertirse en estados modernos. Ya que ese estado moderno requiere de pluralidad de opiniones por encima de opiniones sabias, requiere de la tiranía del número manipulado por encima del saber y de la verdad objetiva.
Y los gobiernos nacidos en los nuevos estados hispanoamericanos, fueron renunciando, algunos de golpe y otros paso a paso, a su identidad, que era sostenida por su civilización común entre ellos y con España. Las nuevas oligarquías americanas se dedicaron a falsificar la historia de sus nuevos estados para poder justificar el status quo conseguido con la secesión americana. Y con esa renuncia perdimos el orden romano, el pensamiento griego y nuestra fe religiosa fundacional. Esa pérdida de concepción de unidad ha llegado hoy, al extremo que ni dentro de un mismo estado hay unidad de concepción en temas como la familia, la educación, la defensa, la religión, la economía, la justicia y otros temas centrales, que llevan a no poder concretar objetivos comunes como país. Del abandono de la civilización, pasaron a la idea de soberanía popular y de esto a la soberanía de cada individuo, pero no respecto a una verdadera libertad sino en cuanto a reconocer el capricho de cada uno, que no reconoce marcos contenedores dentro de su cultura sino que se rige por su propio hedonismo.
Fue así que, tras perder la unidad, nos dividimos en treinta estados, algunos de ellos se volvieron absolutamente británicos, en otros se produjo una ingeniería social, con asesinatos incluidos, que los llevó a perder su idioma castellano y adoptar el inglés, que es el caso de Filipinas, que separada de México primero y de España después, quedó debilitada y a merced del capricho extranjero. Y con el posterior arrepentimiento explícito de su libertador, el general Aguinaldo.
Y estos nuevos estados perdieron
numerosas partes de su territorio, como el caso de México, que perdió el 60 %
de su territorio continental, más las pérdidas de Cuba y Filipinas, que no lo
siguieron en su desguace revolucionario y permanecieron fieles y leales hasta 1898.
Argentina declara su
independencia sobre una pequeña parte de su territorio, que excluía de su decisión a buena parte de sus
provincias del sur, noreste y del litoral y en poco tiempo abandona a su suerte al Alto Perú y a la Banda Oriental. Décadas después, gracias a la decisión del congreso nacional, el general Roca
reafirma nuestra soberanía en la Patagonia, que estuvo a punto de ser inglesa.
Pero, más allá de gobiernos que intentaron hasta el heroísmo llevar a cabo un proyecto nacional basado en los valores y principios heredados de España, no pudimos concretar una continuidad histórica que nos pudiera asegurar un destino a cumplir. Tal vez porque torcimos nuestro destino en un falso nacimiento en múltiples estados, antes partes de una grande y común civilización con un destino manifiestamente en acuerdo con el orden natural y sobrenatural y sin enfrentamientos internos, para convertirnos en países separados, algunos del tamaño de un municipio, que llegaron a guerras por cuestiones limítrofes mal definidas en su inicio y dejadas como penosa herencia por revolucionarios y “libertadores”.
¿Dónde terminará la aplicación de esta teoría del salchichón? Mientras México depende cada vez más del NAFTA y ahora del nuevo acuerdo transpacífico, con la consiguiente pérdida de su soberanía y de sus usos y costumbres, Argentina seguirá perdiendo territorio, no solo por la imposibilidad de recuperar los tres archipiélagos y el Mar Argentino que está ocupado por el Reino Unido, sino que desde 2011 Inglaterra no reconoce las soberanías de Chile y Argentina sobre la Antártida. Esto se ve en un proceso de entrega que marcadamente tiene un reinicio, tras la resistencia patriótica del último gobierno nacionalista de Perón y de su esposa, cuando a partir de 1976 año en que María Estela Martínez de Perón es derrocada, que es cuando se impulsa la entrega de la capacidad financiera del país. Luego, tras el restablecimiento del sistema electoral, el primer gobierno de tinte radical, comienza la destrucción de la educación, la familia, la justicia y las FFAA. Y continúa con el mismo modelo económico iniciado con el golpe cívico militar de 1976. Lo sigue un gobierno de filiación peronista que continúa con la destrucción de la capacidad productiva, el desmantelamiento de las FFAA y profundiza la decadencia cultural y educativa. Todos gobiernos infieles a los principios fundacionales de sus partidos. Tras el interregno y debacle de cortos gobiernos radicales y peronistas, se instala a partir del 2003, un modelo que toma lo peor de todos y continúa con la decadencia educativa y nos lleva al anteúltimo lugar en las calificaciones educativas mundiales, termina de desmantelar a las FFAA hasta en su espíritu de combate y abandona la lucha por la soberanía argentina en la Antártida, que ya Inglaterra la reclama para sí.
¿Qué le queda por entregar al próximo gobierno que nacerá a partir de diciembre del 2015? Ya se ha borrado de la conciencia popular, la pertenencia a una misma cultura, el país no presenta un modelo de civilización, las familias están enfrentadas entre sí por este nuevo modelo de autodestrucción nacional y no hay reservas espirituales, hasta el clero festeja la próxima ¿fiesta cívica? electoral sin exigir fundamentos morales concretos a los candidatos.
Pues lo que le queda por hacer al próximo es bien claro, profundizar la sumisión económica, el desmantelamiento total de las FFAA, la destrucción de la familia, la apertura irrestricta a la inmigración y la cesión de toda decisión soberana olvidándose incluso de las Islas Malvinas, e incluyendo una nueva entrega territorial en el sur, apoyando la realizada en la Antártida por el gobierno que se va. ¿Estamos por perder la Patagonia tanto Argentina como Chile? Es muy posible. Creo que el desmantelamiento final iniciado en 1810, está a las puertas y es el lógico resultado. De aquellas tormentas que nos separaron en varios estados y a los pueblos internamente entre sí, cosechamos estos barros resbaladizos. Nación, patria y estado están en peligro. Y es el resultado de aquel espíritu revolucionario independentista y disgregatorio, producido por su identidad particularista sin sentido universal. Eso nos deja a merced de la absorción de las libertades de nuestros pueblos y países, por parte de la globalización imperante. Tanto a hispanoamericanos como a los mismos españoles, que sufren también del separatismo y de la pérdida de identidad.
Debemos tomar conciencia de la fuerza que tenemos los 550 millones de hispanoparlantes.
Pero, por el momento, la suerte está echada.
Solo una clara intervención divina que reavive el espíritu de combate malvinero en los buenos argentinos de ley, y el coraje sobrenatural en nuestros hermanos de toda la hispanidad, podrá impedirlo. Y en ese espíritu, radica mi confianza de una noble restauración de nuestra civilización.